DECIMOCUARTA ENTREGA

Cuentos & versos en cuarentena

24.07.2020

Les presentamos los trabajos de Stella Maris Zaffaroni y de Alfredo Fernández Vicente. Seguimos recibiendo textos en: uypress@gmail.com.    

 

 

Los textos de este viernes son:

La historia de la Hormiga Menucha, de Stella Maris Zaffaroni

"Tras de los virus, langostas", de Alfredo Fernández Vicente

La historia de la Hormiga Menucha

Stella Maris Zaffaroni

 

Bordeando el camino de tierra iba marchando una oveja, muy contenta y feliz. 

Ese día había decidido llamarse Leticia y salir a ver qué encontraba más allá del lugar donde había nacido.

Caminaba, trotaba, pastaba, balaba, chocha de la vida. Y, al darse cuenta que el sol comenzaba a bajar, pensó que sería bueno buscar un lugar donde pasar la noche. 

Vio una casa de barro y hacia ella marchó Leticia.

- Me encanta esta casaaaaa- baló al entrar.

- A nosotros también...

- ¿Hay alguien aquí?- miró alrededor y no vio a nadie.

- Sí, yo- contestó un conejo sacando la cabeza por un agujero del piso.

- Bien pueda, su merced-dijeron a dúo dos palomas desde la viga del techo.

- Iujuuu- saludaron un par de ratones de ojos brillantes.

- Ah, qué lindo grupo vive acá. ¿Puedo quedarme yo también?

- Claro- dijeron las palomas en un revoloteo de alas.

- Genial- los ratones chocaban sus patas.

- Festejemos; vamo'a matiar- propuso el conejo, colocó la caldera sobre el fuego y armó el mate.

Mientras tomaban mate fueron contando sus historias: las palomas, Carla y Laura, venían de Colombia.  

El conejo, don Tomás, se había escapado por poco de un cazador que quería convertirlo en guisito. 

Los ratones estaban de paso, uno venía de la ciudad, Guzo, y el otro, Ze Branco, había llegado en tren desde un país vecino.

- Estoy cansada- alcanzó a decir Leticia antes de quedar totalmente dormida.

 

Llegó la mañana  y todos despertaron con el canto de los pajaritos.

El día prometía ser caluroso.

- Vayamos hasta el arroyo- propuso Guzo.

- Qué día tan rico, Carla trae nuestras sombrillas- dijo Laura en un revoloteo de plumas.

Y partieron, las palomas volando reposadas, de cofia y sombrilla. 

La oveja brincando sin razón, como todas las ovejas.

Don Tomás, veloz como todo conejo, fue el primero en llegar a la orilla del arroyo.

Se instaló bajo la fronda de un sauce y se puso a tomar mate con los ratones que recién regresaban del pueblo.

Las palomas se posaron con gracia en una rama.

Y la oveja  se acercó a la rueda para escuchar qué contaba uno de los ratones, Ze Branco.

- Eu gosto da forma como voces falan- decía éste sonriendo.

- ¿Oiga, mi señora, sabe en  qué idioma habla?- se preguntaban Carla y Laura.

- No - dijo Leticia- es divertido, musical.

Y se fue pasando el día entre cuentos y risas.

Ze Branco mitad falando mitad hablando: - Aconteceu que um día, estaba eu na casa de mue pai...- contaba en su forma melodiosa.

Cuando el sol rozó el horizonte, Carla cerró la sombrilla al tiempo que decía: - Hora de retirarnos.

Y todos emprendieron la marcha hacia la casita de barro.

 

Un día Leticia estaba en la otra orilla del arroyo y se encontró con una hormiga que buscaba muy preocupada la forma de cruzar el agua.

-Ya probé a subirme a una hoja, se hundió y casi me ahogo. Una mariposa se ofreció a llevarme y no pudo levantar vuelo conmigo encima suyo... ¿cómo haré?- decía con la frente fruncida.

 Leticia le ofreció: -Subite en mi lomo, yo te cruzo.

Así fue cómo el grupo se hizo amigo de Menucha, que resultó ser una hormiga llena de historias, les contó de viajes terribles, como aquél en el cual, por haberse subido a una canasta, quedó embarcada en un velero.

-Al principio me pareció interesante, mas cuando las nubes taparon al sol, el viento comenzó a soplar con fuerza, las velas a crujir, el velero a balancearse de un lado a otro, ahí ya no me gustó mucho... ahora, te digo, cuando la lluvia empezó a caer, fuerte, en rachas, casi sesgada, ahí sí que me espanté, porque cada gotón amenazaba con ahogarme.

-¿Y cómo hizo su merced para salvarse?- quiso saber Laura.

-¿Cómo sabes tú que se salvó?- Carla la miraba fijo.

-Porque está ahí parada, contando.

-Ah, sí, claro.

-Pues por suerte logré trepar a la manga del capitán y por allí subí y me quedé quietita en su ropa hasta que bajó a tierra- la hormiga irradiaba felicidad

-Voce e una minina gostosa- Ze Branco lucía una sonrisa.

También les habló del encuentro con el sapo de larga lengua pegajosa, lo hizo con la voz entrecortada: -Todavía me da miedo, cuando me acuerdo, estuve muy cerca de quedarme pegada, de ser el desayuno de aquél sapo...grande...verde...lleno de verrugas- Menucha se estremeció y Guzo la subió a su patita y la acarició con la punta del bigote.

Una tarde de viento relató las peripecia vividas durante una noche sin luna en la cual se desató una gran tormenta y casi se inunda el hormiguero: - Nosotras habíamos pasado el día recogiendo comida, llevándola al interior de hormiguero para sembrarlas...

-¿Cómo así, no se comen lo que encuentran?- Laura la miraba con su cabecita ladeada.

-Ah no, les cuento que yo soy una hormiga jardineras fungosas. Primero limpio la superficie con la lengüeta,

Carla hizo como una arcada.

-Antes de construir el jardín, después corto hojas de plantas vivas, utilizamos partes de insectos y de plantas muertas... 

A Carla se le alborotaron las plumas.

- En los jardines crece una variedad de hongos. Con ellos damos de comer a las larvas. También se utilizan las flores y las frutas caídas y también la caca de insectos.

-Laura, me está dando como un mal de estómago esta chica, dile que no cuente más.

-¡Venga, Carla... bien pueda su merced!... ¿será que se descompone?- susurró Laura por lo bajo y las dos siguieron escuchando.

-A ver: la construcción de un jardín fungoso comienza con limpiar el piso adonde va a estar. El material de las plantas es traído adentro y cortado en pequeños pedazos por las trabajadoras. Cada pedazo de la hoja es lamido por una hormiga...

En ese momento Carla salió volando hacia el arroyo y la escucharon chapotear en el agua.

-...para quitar las esporas fungicidas, o los antibióticos y asegurarse de que (dentro de la hoja) los hongos que ellas tienen no competirán con los hongos cultivados por nosotras, las hormigas. Cualquier hongo diferente que desarrollen se quita y se descarga en la basura. Un hormiguero puede tener muchos jardines, como 6 metros de jardines abajo la tierra.

Menucha se sentía como importante, pues todos la miraban. Entonces dijo -¿Les cuento de los osos hormigueros...?

- ¿Cómo así que osos hormigueros acá?- dijeron a coro las palomas y ella aclaró que los vio en televisión cuando estuvo en la ciudad-

- Demasiado mucho había sido, todavía, che hormiga- dijo Guzo y todos rieron. 

 

El verano avanzaba, estaba en su esplendor y aquel día hacía muchísimo calor, algunos propusieron quedarse a la orilla del arroyo hasta más tarde.

- ¡Está tan fresco cerca del agua! -decía Guzo al tiempo que remojaba su rabito.

-Gostoso mismo- los ojitos rojos de Ze Branco recorrían las caras de todos.

-Mira Carla- Laura se encasquetaba la cofia- esto es una imprudencia, cuando anochece hay que retirarse.

-Hay ¿cómo así?, vea que todos se quedan- pedía en voz bajita la paloma- Está tan rica la brisa.

- La brisa, la brisa, a mí me preocupa el rocío- decía la otra arrebujándose en la pañoleta.

Al final que se quedaron otro rato conversando, tomando mate, disfrutando del cielo estrellado, todos menos Menucha que se retiró antes de que cayera el sol.

Estaba bastante alta la Luna cuando se sintieron cansados y decidieron regresar.

Se pusieron en marcha comentando qué distinto se veía el campo alumbrado por la luna.

-Como no aparezca una luz mala ¡jue'perra- Don Tomás chicoteaba el suelo con su pata y hacía temblar sus bigotes, para ahuyentar... por si había algo raro

Guzo comenzó a silbar el Claro de Luna de Beethoven, las palomas arrullaban encantadas y Ze Branco y Leticia tan blancos los dos, brillaban, refulgían, eran como trozos de luna en el suelo.

Cantando y arrullando llegaron hasta la casa y... ¡qué sorpresa tan desagradable les esperaba! , porque la puerta estaba trancada, salía humo por la chimenea, había alguien adentro.

Miraron por la ventana y vieron terrible lobo muy acomodado allí.

Cuando los ratones quisieron entrar y el aulló: 

-Fuera de mi casa, no quiero a nadie aquí cuando cocino...al que entre lo meto en el puchero.

De un solo brinco, corriendo, volando, llegaron al bosque todos los animalitos, angustiados, sobresaltados, asustados a más no poder.

Las palomas llevaban la cofia ladeada, los ratones con los ojos enloquecidos miraban a  Leticia, más blanca que nunca, preguntaba dónde estará Menucha, se acercó al hormiguero y gritó.

Apareció la hormiga muy intrigada ¿llamarla a los gritos a esa hora?, en cuanto los vio se dio cuenta de que algo grave había sucedido:

- Madre mía ¿qué es esto? Contame, Leticia, ¿por qué están así? ni que hubieran visto al diablo.

- Ah no será el diablo pero se le parece- la oveja se comió un puñadito de pasto para recuperar fuerzas.

- E mandinga mismo. A gente viu aquele ser horripilante- a Ze Branco le giraban los ojitos como enloquecidos.

- ¿Se encontraron con un aparecido, un fantasma?

- Nada de fantasma... ¡hay un lobo en la casita!, trancó la puerta, nos gritó ¡Fuera de aquí!... no podemos regresar. 

Grandes lagrimones brillaban en los ojos de casi todos... menos en los de Carla que refunfuñaba furiosa:

- Les dije que era una imprudencia quedarse, ahora no lo vamos a arreglar con llantos Yo les avisé...

- Tú hablaste del sereno no del lob...- quiso decir Laura y la otra le cortó:

- Cierre el pico-Carla le dio con la punta del ala - Si me hubieran hecho caso...pero no...ahora sí que vamos a disfrutar de la brisa- y toda fúrica, se encasquetó la cofia abrió la sombrilla y se metió debajo.

-Basta, haya calma, ahora hay que ver cómo lo sacamos de la casita- dijo Leticia.

Después de darle muchas vueltas al asunto decidieron esperar hasta el día siguiente.

Paradita en un tronco, Menucha seguía las conversaciones con gran interés, moviendo sus antenas de hormiguita colorada.

No llegaron a ninguna solución, la luna ya estaba bajando y se sentían agotados.

Cada uno se fue ubicando como mejor pudo. 

Era difícil dormirse con el recuerdo de aquel aullido resonado en la cabeza...al final el cansancio ganó y se durmieron.

Al día siguiente se reunieron alrededor del fueguito donde Don Tomás calentaba el agua para el mate...igual que tantas otras mañana...y tan diferente hoy.

Traían los ojos más rojos que nunca y ninguna idea.

- Eu vou y falo com aquele mandinga- propuso Ze Branco.

-Oiga, mister, ¿por qué no se deja de pavadas?- le contestó Laura que estaba de muy mal humor- ¿quiere ser cazuela de ratón para el lobo?

- Eu pensé...

- Piense algo sensato- le espetó la paloma.

Y todos quedaron con la cara más larga aún.

En eso se escuchó la voz de Menucha.- Yo tengo algo sensato para proponer.

Los ojos se iluminaron, las sonrisas redondearon las caras.

- ¿Qué?

- ¿Sí?

- Decí...contá.

Se arremolinaban a su alrededor.

- Esto lo soluciono en media hora. Ya verán- dijo al tiempo que se bajaba del tronco y se encaminaba hacia la casita.

- ¿Dónde va esta muchachita, está loca?- se le erizaban las plumas a las palomas.

- Menucha, no hagas disparates- la frenaba Leticia.

- Yo te acompaño- Guzo se ponía a su lado.

- Ven vamos agora qui esperar no e fazer. Queim sabe faz agora, non ispera aconteceu.- cantaba Ze Branco mientra marchaba hacia la hormiga.

- No, ratones, gracias mas dejen que yo me haga cargo -miró al grupo- Tranquilos, nada malo puede pasarme- dijo, y allá se fue, caminando ligerito como buena hormiguita colorada.

Las palomas, la oveja y los ratones se pararon en una loma desde la cual veían la casita.

Pasó un rato y nada...

Pasó otro rato y nada...

El viento murmuraba entre las hojas, el sol brillaba en el cielo azul, todo era calma y tranquilidad.

A lo lejos se veía el bosque, allí cantaban los pájaros. En eso un tero gritó y todos pegaron un respingo.

Agitado, el grupo miraba hacia la casita, el humo que salía por la chimenea denunciaba la presencia del lobo.

De pronto se sintió un aullido que hizo temblar la tierra...Quedaron paralizados, de flash, como una foto...la primera en reaccionar fue Leticia que gritó fuerte: ¡Menuchaaaa!

Las palomas alzaron el vuelo revoloteando alarmadas.

Los ratones se echaron a correr a toda prisa y Don Tomás gritó 

-¡Los buenos a mí!, salvemos a Menucha

¡Sí!- gritaron al tiempo que partían a todo lo que daban, sus patas o sus alas, hacia la casita.

A mitad de carrera vieron abrirse la puerta que se estrelló violentamente contra la pared. Y el lobo salió corriendo, mirando hacia atrás por sobre su espalda... huyendo como alma que lleva el diablo. Pasó tan rápido junto a ellos que ni los vio....y se perdió tras una nube de polvo.

- Madre de Dios- gimieron en un arrullo las palomas.

- Jue perra- maldijo Don Tomás al tiempo que pateaba el suelo.

- Me voló el jopo- Guzo ponía orden en sus pelitos.

-Ese garoto foi embora sem dizer pelo menos à Deus...

A toda velocidad fueron hacia la casita en busca de Menucha y de una explicación, temiendo lo peor...

Miraron desde la ventana y la vieron... sobre un trozo de pan...muy quietita.

- Entren- le gritó y sintieron que les volvía el alama al cuerpo- Acá estoy juntando miguitas muy contenta y tranquilita.

- O que aconteceu formiga? - Ze Branco la miraba con respeto.

- Menucha ¿qué le pasó al lobo?

- ¿Cómo hiciste?,

-¿Qué arma usaste?

-¿Con qué lo asustaste?- 

 Hablaban atropelladamente, giraban a su alrededor, ansiosos y la miraban para comprobar que estaba bien.

- Yo no lo asusté- dijo riendo- El huyó- se reía más fuerte.

- ¿Por qué?- todos miraron alrededor en busca de aquello que había hecho huir despavorido al lobo.

- Ah, nos metimos por el agujero del piso, trepamos por la silla donde estaba el lobo durmiendo, no subimos sobre él y... ¡a la una, a las dos, alas tres! Lo picamos todas juntas y a la misma vez, ¡vinimos todas!

-¿Vinimos quién?- preguntaron ellos mirando alrededor.

-Las hormigas- contestó a coro un grupo de hormigas que salió desde atrás del pan, se reían y bailaban muy contentas.

Luego hicieron una reverencia, tomó cada una un trozo de pan y comenzaron a caminar...tambaleantes y en hilera, como toda hormiga.

Una de ellas se detuvo, dejó la miguita en el suelo y empezó a decir:

-Nosotras nos llevamos esto para el jardín del hormiguero porque...

-No explique, su merced- se apresuró a decir Carla con cara de asco- Ya nos contó Menucha.

Y la otra reemprendió su camino torcido de hormiga que se respete, sin entender el porqué de las risas del grupo.

Todos se pusieron a bailar de felicidad, reían, saltaban, volaban...en fin; alborotaban encantados por haber recuperado su casita.

El bochinche llegó hasta el bosque donde acababa de llegar una pareja de cotorras, que estaban posadas en el ibirapitá.

Desde allí miraba hacia la casita y se preguntaban a qué estarían jugando; primero aullaban y corrían, ahora bailaban y reían... 

Fueron a averiguar, oyeron la cumbia que sonaba y se pusieron a bailar y a cantar:

 

Voy a reír, voy a bailar

Vivir mi vida lalalalá

Voy a reír, voy a gozar

Vivir mi vida lalalalá

 

Voy a reír (eeso!), voy a bailar

Vivir mi vida lalalalá

Voy a reír, voy a gozar

Vivir mi vida lalalalá

 

A veces llega la lluvia

Para limpiar las heridas

A veces solo una gota

Puede vencer la sequía

 

Y para qué llorar, pa' qué

Si duele una pena, se olvida

Y para qué sufrir, pa' qué

Si así es la vida, hay que vivirla

Lalalé

 

Voy a reír, voy a bailar

Vivir mi vida lalalalá

Voy a reír, voy a gozar

Vivir mi vida lalalalá

      Tras de los virus, langostas       

Alfredo Fernández Vicente

                                                      Luces muy malas

 Una luz mala entre los viñedos es cosa seria. La población agraria era casi suburbana, como dirían los cubanos, un batei. El pueblo estaba a la vista allá lejos, montado en el horizonte. La muchachada tomaba para la chacota tanto a la fe como a las supersticiones.

Los fines de semana veían pasar al padre Staricco con su sotana flameando desde la Lambretta yendo a dar misa en la capilla de Razetti que tenían una hija metida a monja. Nadie iba a misa.

Don Margarito era un vecino de respeto. Vivía con su mujer también veterana en una casa prolija con monte frutal y algunas parras; casi al final del angosto camino de pedregullo, sobre la derecha, pasando la cancha de fútbol chacarera.

Venía poco al boliche. Un día, en reunión contra el mostrador, comentó que tampoco creía en Dios pero si creía en las luces malas. Que las hai, decía.

Que Margarito creyera en las luces malas fue festejado por la barra socarrona pero reservadamente. Nadie dijo nada. Pero allí mismo quedó decidido.

Don Enrique era un italiano campesino inmigrante menudo y callado. Pasaba desapercibido, salvo por su adicción por los juegos de azar, en la concreta timba de las carreras de caballos.

Todos los domingos, como devoto a misa, peregrinaba sin falta al hipódromo de Las Piedras, con su faja negra y su gorra de visera gris. Nunca se supo de sus aciertos ni tampoco de pérdidas relevantes, pero todos sabíamos que era domingo cuando en la parada del boliche esperaba el ómnibus para el pueblo.

Su mujer era una italiana gruesa, rubicunda y robusta. Mucho más grande que él. Nunca la vi salir de la portera de su quinta. Tenían cuatro o cinco mocetones grandes, de cara colorada y espaldas cuadradas.

Chesco (¿Francesco?) lideraba la barra. Su especialidad consistía en vaciar de un trago, con boca abierta y mirando al techo del bar, toda la botella de Coca Cola. Culminaba con un bestial eructo. ¡Bruto eruto!

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 El cielo se cerraba de repente y un creciente zumbido de tormenta contenida comenzaba amenazante. -"Es la manga de langostas!" Sordo pavor de plaga. La nube hormigueaba en el aire obscureciéndolo de borrasca y caía en chaparrón de élitros fosforescentes que cubrían el piso. Bajo ella, se veía desaparecer cuanto vegetal lo habitara. Hasta el pasto cotidiano de la vereda del almacén, manta perenne de las canterillas de la ruta, menguaban y desaparecían a la vista.

Era inútil machacarlas con palos o piedras porque eran millones de langostas. Las fumigaciones modernas de insecticidas las discontinuaron hasta casi desaparecer, pero por entonces los paisanos recurrían a técnicas más rudimentarias.

¡El lanzallamas! Un largo lagarto de lata con depósito de combustible aquí y un pico de fuego allá. Manivela y bomba manual. Las verdes langostas se encendían en llamaradas y pasaban a ser palitos negros y cenizas grises desapareciendo entre los tronquitos blancos que restaban de los pastos comidos por la plaga.

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Así que Chesco lideró la banda de la luz mala para alarmar la casa del crédulo Margarito.

Tengo viva la imagen del rostro demudado y la voz ahogada por la corrida.

Llegaron en tropel desbandados hasta el boliche, refugio general. Es que Margarito podría creer en luces malas pero no las temía. Las corrió a chumbazos.

En la desbandada perdieron hasta el lanzallamas, corrieron desbocados entre el resplandor de las llamas perdidas que casi le queman el rancho a Margarito.

En la madrugada fría, la muchachada de resaca volvió para ayudar al vecino a sofocar el principio de incendio causado por las malignas luces malas.

 

 

Cuentos & Versos en cuarentena
2020-07-24T07:23:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias