LA BUENA VIDA
La Huella: al borde del paraíso
08.05.2011
JOSE IGNACIO, Uruguay 8 May (UYPRESS) – El paraíso tiene muchas entradas y ninguna salida. Depende de las creencias de cada uno o de los gustos, me voy a dedicar a éstos, a los gustos.
Se puede entrar por un perfume, por una imagen, por un amor apasionado, por un sabor insuperable, por un sorbo memorable y otros muchos caminos, algunos no tan santos. Yo conozco un camino seguro: un mediodía soleado de otoño a orillas de una gigantesca playa semi desierta, sentado en La Huella, al límite de José Ignacio.
La construcción no tiene ninguna pretensión, es de maderas y con un quincho, pero tiene todo lo necesario. Un chef joven Alejandro que ama su trabajo y lo conoce perfectamente, una cocina con sus diversas secciones a la vista que impresiona, dos dueños que están en todos los detalles, a cada instante, Martín y Guzmán, los flacos, y unas mozas y mozos un poco snob que parecen fabricados para el lugar.
Tomarse una caipirinha con unas tapas diferentes ya es un paso que te aproxima a las olas espumosas que rompen en la playa; los restaurantes pueden ser perfectos, pero si se come más o menos, todo es más o menos. En La Huella para subir al paraíso hay que comer, todo lo que uno pueda.
Las empanaditas, los hongos de pino grillados, la pizza con zucchini, las aceitunas negras con romero, te hacen explotar el apetito; no son tapas, sino “destapas”, te hacen mirar dentro del menú con gula y dentro tuyo en busca de los resortes del placer.
Y allí vienen la nubes, una sopa de mejillones para la que no hay palabras, los sabores extremos no pueden describirse, el paladar no está muy bien conectado con la lengua sino con el corazón y el alma; una corvinita a las brasas “a la diávola” dirían los italianos, abierta y asada como el paraíso manda, o unos pejerreyes fritos y crocantes apoyados en una tortillita bien babé de una verdura cuyo nombre no recuerdo y que es poco conocida……Los pejerreyes son de la laguna y todavía se mueven.
No me dio para los postres, pero como vi la zona de la cocina reservada para su preparación, estoy seguro que deben ser de iguales propiedades divinas.
Quedarse lagarteando un rato al sol, escuchando el rumor del mar, mirando el faro que no logró iluminar a tiempo a un solitario navío encallado en la arena y que muestra el costillar de hierro herrumbrado, es parte del placer. Lo único malo es que nunca se logra distinguir de qué lado del paraíso estamos, adentro o en el límite exterior. Me quedo con la definición de Umberto Eco, la felicidad – y el paraíso es parte fundamental de la felicidad – es un instante fugaz.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias