VIHDAS II
Muestra de Julio Eizmendi-Pablo Sobrino: “Queremos una fotografía que transmita esperanza”
04.05.2018
MONTEVIDEO (Uypress)- Con esa idea, los fotógrafos Julio “Pata” Eizmendi y Pablo Sobrino presentan la muestra Vihdas II, que retrata a personas portadoras de VIH privadas de liberad y su entorno, en la Fotogalería del barrio de Peñarol, ubicado en Blvar Aparicio Saravia y Av. Sayago.
El fotógrafo Julio "Pata" Eizmendi, junto a su socio Pablo Sobrino, recorrió durante meses varias cárceles del país. En 2016 ambos habían desarrollado la muestra Vihdas, donde trabajaron con la Red Uruguaya de Jóvenes y Adolescentes Positivos y la Organización MásVIHDAS para retratar a personas portadoras del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), con el apoyo de la Secretaría de la Diversidad de la Intendencia de Montevideo.
Esas fotos generaron talleres en distintas partes del país, varios de ellos en cárceles. De esas visitas surgió Vihdas II, ahora con personas portadoras o vinculadas con el virus, en un contexto de privación de libertad, con la intención manifiesta de los artistas de "visibilizar" una realidad, mostrarla, para luego reflexionar sobre qué hacer con ella.
Eizmendi cuenta, a Portal 180, que la experiencia fue "maravillosa", pese a la dureza de las situaciones que presenció. Durante semanas tuvo el olor a cárcel impregnado en la ropa, comió "rancho" con los presos, y recorrió módulos con distintas realidades: varones, mujeres solas, mujeres con hijos, personas trans. Todos presos y con "necesidad de ser tenidos en cuenta".
"Lo vi todo, o casi todo, y pude entender un poco más. Vi los diferentes grados de violencia, el dolor, el miedo. También vi que me dieron la bienvenida y que entendieran a qué iba", dice el fotógrafo que ha trabajado en muestras con mujeres que tuvieron cáncer de mama y ahora prepara otra sobre "mujeres asesinas".
Cuando se le pregunta cuáles lugares lo impresionaron más en el proceso de Vihdas II, Julio menciona al módulo de personas trans en el Compen (exComcar) y al de mujeres con hijos, en la Cárcel de Mujeres.
En el primero conoció a Virginia, una mujer trans con más de 20 años en la cárcel y al borde de recuperar su libertad. "Es una población que afuera es muy golpeada y adentro pese a todo han conquistado un lugar", consideró.
El trabajo con las mujeres también ocupó un lugar especial. Hicieron talleres para madres con sus hijos y también para madres que habían asesinado a sus hijos. "Quedamos con la sensación de que cuando uno se ocupa y se hace cargo, hay una devolución muy importante. Hay avidez por saber y estar informadas", dijo Eizmendi.
Algunos talleres llegaron a reunir 300 reclusos y la desinformación fue una de las realidades más notorias. Desinformación que dificultaba la limpieza de una celda cuando había sangre de un portador herido en algún hecho de violencia o simplemente la convivencia de personas VIH positivas con otras que no tienen el virus. Los mismos prejuicios que están afuera pero agravados por el encierro.
El trabajo en los talleres pudo mejorar la información sobre el VIH y las formas de transmisión. Y también los niveles de autoestima y cuidado.
"Nos tocó estar con personas en las que el cuidado estaba en segundo plano, que llegaron ahí por una valorización muy baja de la vida. Esto también trabaja con el cuidado, con la responsabilidad de cada uno", cuenta.
Si las fotografías buscan la visibilización, durante los talleres ese objetivo se logró. Muchos se animaron a contar que eran VIH positivos y un padre pudo hablar de la muerte de su hija por sida, por ejemplo.
"Las etapas de visibilidad tienen que ver con un proceso de cada uno. Sigue habiendo discriminación, mucha desinformación y estigmatización", dice Eizmendi. Muchos lo vencieron y llegaron a posar para las fotos. Hoy son parte de la muestra.
En el proceso se sacaron más de 1.500 fotos. En la Fotogalería de Peñarol se exhibe una veintena. Para el fotógrafo el trabajo fue posible porque los presos percibieron la honestidad con que lo hacían. "Si ellos no lo permitían esto no funcionaba", afirma.
Ese es el grado de vinculación que él pretende lograr con la realidad que retrata.
"No queremos que sea solo una muestra de fotos de cárceles. Es muy fácil fotografiar lo previsible. Es más, yo saqué muchas fotos que son para mí. Pero tratamos de hacer una fotografía que transmita algo de esperanza, que enfoque otra cosa, que sí se pueden recuperar, que sí hay que poner voluntad. En muchos hay madera como para salir adelante", sostiene.
Eizmendi tiene 44 años, además es operador terapéutico en adicciones y en breve comenzará a trabajar en un centro del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa).
En la fotografía encuentra un modo de expresarse, la define como el camino más corto para llegar a una emoción.
"A mí me apasiona. Los trabajos que hago implican salir de mí todo el tiempo y ver otras realidades. Valorarlo desde otro lugar, sabiendo dónde voy, por qué están ahí, pero poniendo énfasis en la recuperación, en que sí se puede, hay mucha gente que quiere salir adelante y que está en situaciones infrahumanas".